
«Hospice» de The Antlers
Les recomendamos desde ya sacar los pañuelos porque la protagonista del especial de este domingo es una historia a la que «triste» le queda chico. Y es que, hipotéticamente, ¿qué clase de sentimiento podríamos esperar de una visita por la tarde al hospital, estando sentados junto a la cama de alguien, siendo testigos del goteo constante de la morfina y el sombrío resultado de los exámenes, a sabiendas de que nuestro amor y amabilidad no harán diferencia? Más aún, ¿qué emoción nos sobrecogería si conociéramos todo acerca de este alguien, comprendiéramos su vida y sus sentimientos y supiéramos que indudablemente su hora se acerca, poco a poco deslizándose hacia el olvido de la muerte? Estas preguntas retóricas nos sirven como antecedente y son el fiel reflejo de un álbum que resalta uno de los atributos principales al momento de hacer música: la capacidad de contar historias. Quizá ya adivinaron, nos referimos al tercer álbum de The Antlers, «Hospice».
Precisamente, la historia de este álbum conceptual gira en torno a un joven que, tras conocer a una paciente con cáncer en el centro de cuidados paliativos (el Hospicio) donde trabaja, entabla una relación romántica con ella y termina viéndose envuelto en la lenta espiral descendente en que la mujer cae, producto de sus traumas, miedos y enfermedades. La historia que se desarrolla alterna entre la furia silenciosa y el amor firme, recordándonos que incluso después de la muerte de un ser querido, las víctimas siguen quedando atrás.
A diferencia de sus dos álbumes predecesores, con Hospice sería la primera vez que The Antlers se presentaría derechamente como un grupo, pues hasta entonces se había tratado del proyecto solista del vocalista y guitarrista Peter Silberman. En el disco, Silberman todavía canta y toca un buen puñado de instrumentos (guitarra, acordeón, teclados, e incluso el arpa y la armónica) pero a él se unen Darby Cicci, cuyos detalles en los teclados y la trompeta hacen elevarse a canciones como «Sylvia» y «Bear», el bajista Justin Stivers y el baterista Michael Lerner, quienes ayudarían a desarrollar las texturas diáfanas del álbum.
“Ojalá hubiera sabido en ese primer minuto que nos conocimos / La deuda impagable que te debía”, comienza cantando Silberman en «Kettering», canción en la que escuchamos por primera vez su voz, reminiscente de los momentos más suaves de Jeff Buckley, tras un prólogo etéreo e instrumental. La letra nos apunta inmediatamente hacia una relación, con el vocalista explicando su conexión con aquel alguien anónimo, pero en lugar de cantar sobre un amor floreciente, el hablante de la canción siente que está en deuda con la persona que está a punto de cuidar. El tópico del desinterés impregna el tema mientras el orador continúa ayudando a la persona postrada en cama, incluso sabiendo que esta finalmente morirá.
Es esta canción la que nos presenta las mejores partes de lo que es Hospice y The Antlers en general. Mientras Silberman canta la última línea, la mezcla de sonidos comienza a crecer y estalla en un muro de ruido que se combina con su suave arrullo. Esta dinámica, entre el miedo tembloroso y el arrebato bullicioso, define el paisaje del álbum, donde el post-rock y el dream-pop fluyen entre sí para hacer una obra que a ratos trae recuerdos de los momentos más íntimos de Arcade Fire o Bon Iver. Lógicamente, su narración está plagada de imágenes sombrías, fémures fracturados, vidrios rotos, atrofias y elegías, que no dan siquiera el atisbo de alguna sutil sonrisa en medio de la penumbra.
Posterior a su lanzamiento, el vocalista tendría que entregar información respecto a la historia narrada en las 10 canciones que componen el álbum, debido a lo personal y lo casi autobiográfica que esta se siente. “(El álbum) se trata de una experiencia que tuve en una relación muy emocionalmente abusiva y de salir de ella, y el efecto que tuvo en mi vida en ese momento… Un hospicio puede ser representativo de lo que puede hacer el abuso emocional y psicológico. Digamos que, como trabajador de un hospicio, recibes mucho abuso verbal de quienes se están muriendo, pues están, absoluta y legítimamente, amargados por lo que está sucediendo y sintiendo que es completamente injusto, lo cual es más que obvio. Y estás en la posición de sentir que no tienes derecho a quejarte de tu situación porque es mucho peor para ellos. Entonces piensas, ‘lo menos que puedo hacer es darles un saco de boxeo”.
A pesar de las pesadillas metafóricas que unen la trama del álbum, su música, a ratos atmosférica y melancólica o intensa y angustiante, nos brinda una visión visceral de las emociones humanas, reflejando la colisión de lo vivaz con lo conmovedor, y a la vez evidenciando lo personal y lo real de la muerte, manifestando cómo estos tangibles e intangibles entran en conflicto y se resuelven entre sí. Su sonido se sitúa entre el indie, el shoegaze, el dream pop, el slowcore y el post-rock. En su íntima accesibilidad nos presenta un abanico de estructuras que dan lugar a canciones épicas y ambiciosas, profundidad emocional e instrumentación sobresaliente. Las guitarras, prístinas y resplandecientes, el piano sutil, las secciones de viento y las preciosas melodías en general terminan brindando un sonido épico, sin parecer exagerado.
Pocos discos terminan siendo tan decididamente desgarradores como «Hospice». Intenso, triste, a ratos incómodo, pero completamente creíble y para muchos hasta identificable. El álbum puede ser demasiado sombrío para escucharlo repetidamente, pero eso no significa que no debiese ser revisitado, pues a más de 13 años de su lanzamiento, su historia sobre el amor, la pérdida, el luto, la desesperanza y la reciprocidad sigue siendo tan absolutamente devastadora como relevante.