Kim Gordon+St. Vincent en Chile

28-05-2025 | Reseñas

Una explosión performática de actitud, desobediencia y coquetería

Reseña por Cami Vilches
Fotografias por @Garygophoto (Vía Fauna Prod.)

Anoche, Santiago se reunió para vivir una noche ruidosa, teñida de luces magentas, visuales surrealistas, coqueteos incendiarios y una cercanía femenina que hacía tiempo no se sentía tan intensamente en la capital. Desde la ternura desafiante y sonidos viscerales de Chini.png, quien entregó el escenario al tan esperado encuentro del público con Kim Gordon y su interpretación furiosa que no pide permiso ni da explicaciones, hasta la travesura performática que fue y coronó la noche con la ansiada vuelta de St. Vincent a nuestro país.

La noche también evidenció una fuerza colectiva que trascendió los tres actos: la reafirmación de un poder femenino sin temor a ocupar su espacio, a incomodar a lo establecido y sin temor a seducir, pues cada presentación fue un gesto de autonomía, presencia, y juego escénico para les espectadores. En un contexto cultural muchas veces dominado por narrativas masculinas, estas grandes artistas no se molestaron en entrar con timidez ni con bajarle el volumen a sus propuestas: el escenario les pertenecía por completo.

La velada comenzó con Chini.png, el proyecto solista de María José Ayarza, cuya presentación y repertorio se puede describir como un diamante que brilla y encandila, jamás defraudando a sus fans quienes la acompañan a ella y su banda de manera fiel y enérgica. Les músiques supieron entregar ruido, interpretación, visuales abstractas y estimulantes, y cercanía con el público. 

Su propuesta fue un excelente velo para iniciar la jornada, ya que la puesta en escena, luces y hasta el vestuario fácilmente sacado de una película de Guillermo del Toro, ayudaron a preparar la convocatoria con un colchón de surrealismo, energía y emoción al desnudo. El setlist presentó varias de las canciones presentes en su exitoso álbum «El Último Día Libre de Pollux» (2023), interpretando otras también como «Lava» y «Plan C». Sin duda, un teloneo más que adecuado para preparar campo con la bomba que se lanzaría después.

Luego de una espera acompañada por una playlist nostálgica y elegante que incluyó a Nina Simone, Paul McCartney and the Wings, Yes, entre otres, aparece desde el fondo del escenario una cabellera rubia. Sin aviso ni preámbulos, es recibida con aplausos y vítores: Kim Gordon hace su entrada vestida con una polera blanca, letras brutalistas en rojo que leían “Gulf of Mexico”. Un statement  claro y directo frente a las recientes declaraciones del presidente de Estados Unidos.

Junto a ella, su banda: tres mujeres que encarnan esa misma actitud punk-rocker de la que Kim es estandarte y motor. No saludan, no introducen nada. Tal como llegaron, arrancan. Abren con fuerza con el sencillo «BYE BYE», y desde ahí despliegan casi por completo el repertorio de «The Collective» (2024). En el intermedio, aparece «Cigarette», tema aún no lanzado oficialmente, para luego cerrar con canciones de su primer disco solista, «No Home Record» (2019).

Las visuales presentes en el show acompañaron con una estética igualmente sucia y desconcertante, casi lyncheanas: escenas urbanas, basura, imágenes saturadas de color, una tarde cualquiera en el lobby de un hotel genérico y distorsionado. Todo entretejido con registros de la banda ensayando en una sala blanca con el suelo cubierto por decenas de alfombras persas rojas, como si la escena hubiese sido grabada en el Palazzo Grassi cuando fue intervenido por el artista Rudolf Stingel. En definitiva, el show de Kim Gordon fue una inmersión en una dimensión presente y letárgica, donde a través de una performance ruidosa, hastiada y distorsionada, no buscó complacer ni entretener, sino más bien despertar al público de dicho letargo.

Y así como partieron sin avisar, se retiraron de la misma manera. La banda de Kim Gordon fue despedida por un público absolutamente agradecido, que respondió con una larga y cálida sesión de gritos y aplausos. Dicha ovación se vio entrelazada con la energía creciente de quienes habían llegado casi exclusivamente para ver el plato fuerte de la noche.

El entusiasmo del público más joven no se contuvo durante esta espera que, por suerte, fue breve y terminó de la forma más dramática posible: oscuridad total, luces teatrales que apenas dejaban ver las siluetas en el escenario y un piano de fondo. Entre gritos y aplausos, apareció St. Vincent, abriendo el show con «Reckless», una introducción medida y precisa para iniciar una performance cargada de energía, seducción, calidad vocal y, por sobre todo, conexión con el público.

El show continuó con una selección generosa de canciones de su aplaudido disco «MASSEDUCTION» (2017), incluyendo temas como «Fear the Future» y «Los Ageless». Luego, «All Born Screaming» nos introduce a la interpretación de su más reciente lanzamiento con el mismo nombre, junto a canciones como «Big Time Nothing», y regaló una pincelada de su segundo álbum de estudio, «Actor» (2009), con la potente canción «Marrow», entre otros repasos de su discografía. En resumen, el setlist de St. Vincent logró equilibrar pasado y presente, entregando un poco de cada etapa de su carrera. Les asistentes respondieron coreando y bailando todas y cada una de las canciones, sin bajar la intensidad en ningún momento.

La energía de St. Vincent sobre el escenario no pasa desapercibida. Su performance, vestida de sastrería en tono burlesque, fue una clase magistral de carisma escénico y seducción medida donde cada movimiento lo ejecutaba con soltura y provocando diversas reacciones. Annie Clark no solo canta y toca con fuerza, también interpreta con el cuerpo: baila, salta, gime con la música, se deja llevar por el pulso de cada canción como si fuera una extensión de su propia piel. Coquetea con sus músicos, con el público, con la tensión misma del show. No tiene reparos en acercarse, tocar, recorrer el escenario como si fuera suyo, pues lo es. Interactúa incluso con los guardias de seguridad, quienes no se salvaron de su provocación llena de humor y teatralidad.

Las luces del fondo, compuestas por pequeños píxeles anaranjados en movimiento, parecían una llamarada saliendo del asfalto, como una revuelta en plena calle. Sus fans tampoco disimularon en ningún momento su entusiasmo: la ovacionaron, saludaron con los brazos en alto, y para su felicidad cada gesto era correspondido por ella con gratitud.

En medio de esa atmósfera eléctrica, St. Vincent tomó un momento para agradecer y rendir homenaje a Kim Gordon: “Ella es lo mejor que hemos tenido”, dijo con admiración, desatando aún más aplausos entre la multitud. La reacción espontánea la hizo improvisar un pequeño discurso con mucha naturalidad, en donde afirmó: “Estoy feliz de estar de vuelta” junto con una gran sonrisa y pidiendo que encendieran las luces para ella poder ver al público. Quería ver esas caras, ese fervor, ese cariño que claramente la estaba esperando con mucha expectación.

Su vínculo con el público fue más que cercano: fue físico, y el momento más icónico de la noche lo confirmó. En medio de una interpretación limpia y emotiva de «New York», la cantante se movió lentamente hacia el frente del escenario, acercándose al borde con la clara intención de entregarse al público. Paso a paso se entregó y fue sostenida con cuidado por una marea de brazos que la llevó casi hasta la mitad de la cancha. Un instante entre lo conmovedor y lo lúdico, donde también se hizo notar la picardía chilena: entre risas y cosquillas, alguien logró quitarle momentáneamente los zapatos. Ella, entre divertida y sorprendida, los pidió de vuelta luego de haber terminado de cantar, con mucha simpatía justo antes de ser devuelta al escenario. Sin duda, un regalo inolvidable para el público y, probablemente, para ella también.

St Vincent sirvió sensualidad, gritos, canto, coqueteo, sastrería, musicalidad, talento, show y sus músiques no se quedaron atrás. Esta fue una tónica compartida durante los tres actos de la noche: mujeres absolutamente potentes acompañadas de una banda con talento y meticulosidad. De esta forma, lo que podría unir a Chini.png, Kim Gordon y St. Vincent no es solo su presencia escénica y su despliegue musical, sino también una actitud compartida: la de plantarse frente al mundo sin pedir permiso. Están ahí, enteras, consigo mismas y con quienes las escuchan, sosteniendo el escenario y a su público como quien sostiene una verdad propia y orgullosa de mostrar al mundo.

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