
«El cielo sobre Berlín»
En este jueves de cine, deambulamos bajo «El cielo sobre Berlín». Esta obra de Wim Wenders captura minuciosamente la intensidad y belleza de la condición humana. No es ninguna sorpresa que la música se sitúe al centro de una obra que muestra las facetas más sensibles y poéticas del ser humano.
La película sigue a los ángeles Damiel y Cassiel, mientras deambulan por la ciudad, documentando momentos extraordinarios. Cosas que parecen mundanas a simple vista, pero, en realidad, son todo lo contrario. Acciones que rompen con la rutina, y resultan difíciles de explicar racionalmente, pues su belleza habla por sí sola. Los ángeles las observan al pasear por la ciudad, oyendo los pensamientos de los transeúntes. Luego, se reúnen para compartir lo que han observado: un abuelo lee la Odisea a su nieto, este, maravillado, se olvida de parpadear. Una señora cierra su paraguas voluntariamente, y se deja empapar por la lluvia.
A pesar de la belleza de su tarea, el ángel Damiel se cansa de ser un mero observador. Cierto, es el eterno espectador de toda la belleza del mundo, pero no es suficiente. Observando siempre desde el exterior, no puede crear o tan solo formar parte de la belleza que le rodea. Como dice Damiel
“I don’t want to always hover above, I’d rather feel a weight within». / “No quiero planear aquí arriba para siempre, prefiero sentir un peso adentro».
En otras palabras, los ángeles, criaturas infinitas y eternas, son prisioneros de su propia inmortalidad y, según la tradición existencialista, el ser humano -no habiendo elegido la vida, pero obligado a seguir su curso- también es prisionero de su naturaleza. Esta película insiste en que la condición de prisioneros no es fundamentalmente humana, pues incluso los ángeles la sufren. Pero, quizás, sí sea acertado llamar prisioneros a los berlineses de la época.
No es ninguna coincidencia que la película se grabe en Berlín, y precisamente en 1987, durante plena Guerra Fría. Wenders, en una entrevista con el Instituto Británico del Cine, denomina «El cielo sobre Berlín» como “registro de un sitio que ya no existe”. Se sitúa, por lo tanto, en un Berlín efímero, ya desaparecido, Berlín Occidental, para ser más precisos: la parte de la ciudad que fue la capital de Alemania Occidental, la facción capitalista del país tras la división acordada entre los ganadores de la Segunda Guerra Mundial. Los que habitan Berlín en esa época son literalmente prisioneros de una facción de la Historia.
Como cabe esperar, en un lugar y momento históricos tan cruciales, en que la postcrisis es una crisis en sí misma, pues tras la Guerra Mundial sigue la Guerra Fría, la escena musical ocupa un espacio imprescindible. Para Wenders, es parte integrante, o la esencia misma, del Berlín de la época. Y el mayor representante de la escena musical de este Berlín dividido era, sin lugar a dudas, Nick Cave, en palabras de Wenders.
“Making a movie in Berlin at that time without Nick Cave was a sin of omission. He really symbolized the spirit of the city. Adventurous, dark, unique. That was Berlin”. / “Hacer una película en Berlín en esa época sin Nick Cave era pecado de omisión. Realmente simbolizaba el espíritu de la ciudad. Aventurero, oscuro, único. Eso era Berlín”.
La película misma lo deja claro: antes de entrar en un club subterráneo, se muestra un póster que anuncia un concierto de Nick Cave and the Bad Seeds. Dice mucho que en una película, cuyos personajes principales son ángeles, no mencionar a este grupo sería alejarse demasiado de la realidad.
Sin lugar a dudas, Nick Cave and the Bad Seeds fueron los mayores representantes de la escena post-punk del momento en Berlín. Wenders dice que los rodeaba un halo de marginalidad y rebeldía, y que solo aparecían entre medianoche y las dos de la madrugada.
Cave se hizo conocer primero con el grupo The Birthday Party, creado en 1973. En 1980, se trasladó de Australia a Londres y, en 1982, a Berlín. La banda tenía una reputación muy violenta, ligada al consumo de heroína y conciertos que siempre terminaban en peleas, hasta su disolución en 1983. El periodista Tom Taylor lo escribe en la revista Far Out: “tenían el Cocktail Molotov contra lo mainstream, y no consiguieron soltarlo”.
Meses más tarde, el productor y baterista Mick Harvey sugirió a Nick crear un nuevo grupo, Nick Cave and the Bad Seeds.
Harvey pasó a producir y tocar en el grupo Crime & the City Solution, liderado por otro ex-miembro de The Birthday Party, Roland S. Howard.
En una escena de la película, este mismo grupo toca su canción «Six Bells Chime» -«Repican Seis Campanas»- en el club subterráneo. La figura de Howard es impresionante: se balancea, dejándose llevar completamente por la música. Marion, una trapecista por la que Damiel queda fascinado, baila entregándose completamente a la música.
El resto del público, que se mece dulcemente de un lado a otro o asiente suavemente, parece también imitar los movimientos de Howard, como un eco aproximado. Esto lo vuelve aún más imponente. Gracias a los planos grabados desde lo alto, su silueta se dibuja parecida a la de las personas del público, pero mucho más grande. Desde el pedestal que es el escenario, parece casi un Dios que se eleva sobre los humanos.
Esto suscita una reflexión: el músico es tan humano -pues, al entregarse a su música, alcanza unos niveles de embriagadora sensibilidad que lo sume en un estado de trance- que, paradójicamente, se convierte en un Dios. Pues al vertirse tanto en lo interno, en lo que siente, alcanza la sensibilidad de todes. Ser profundamente humano es algo universal, y por ello trascendente.
Esta escena nos permite comprender por qué el ángel desearía dejar de serlo. Observa el concierto, inmóvil en una esquina, mientras los humanos se mueven al ritmo de la música, ocupando todo el espacio. Damiel observa la poesía del momento de sinergia colectiva que provoca la música, pero no puede formar parte de él.
Hacia el final de la película, toma lugar un segundo concierto en ese mismo club, el de Nick Cave and the Bad Seeds. Cave es igual de imponente que Howard, una figura oscura que recuerda casi a un vampiro. También se entrega completamente a su música, balanceándose al ritmo, apoyado sobre el soporte del micrófono. Los tonos góticos de la canción, inspirada por el Southern Gothic y el Blues, no hacen más que enfatizar la atmósfera lúgubre del espectáculo.
Empieza la canción «From Her to Eternity» -«De Ella a la Eternidad»- cuyo título fue creado por su novia de la época, Anita Lane. Gracias al ángel, Damiel, oímos los pensamientos de Cave: “no os voy a hablar de una chica, no os voy a hablar de una chica” y justo después empieza la canción con “os voy a hablar de una chica …” Una vez más, el músico es, a la vez, el ápice del poder y el magnetismo, y de la sensibilidad y la fragilidad.
Además, la letra de «From Her to Eternity», es un tierno eco a la situación desarrollada en la película. En la canción, un hombre muy enamorado de su vecina, sufre su amor al observarla desde arriba. Es un espionaje sorprendentemente tierno y triste, por su ingenuidad, más que inquietante. Su condición de mero observador hace de su amor una adoración ingenua, pero de este gesto casi infantil -pretender amar a alguien sin conocerle-, se desprende la belleza de la sinceridad y la simplicidad. A la vez bella y desoladora, toda la historia de amor no es más que un deseo irracional.
Cave canta: “to posess her, is therefore not to desire her” / “poseerla significa, por lo tanto, no desearla”
Hay una última escena en la que tocan Nick Cave and The Bad Seeds. Esta vez no se trata de un concierto en vivo, sino de un disco que hace sonar la trapecista Marion en su caravana. Escuchando su canción «The Carny», deja fluir su melancólico monólogo interior tras la noticia de que, la de esa noche, sería su última actuación.
Estas tres escenas de «El cielo sobre Berlín» muestran la música como un constituyente fundamental de la condición humana. En momentos tanto de extrema soledad como de extrema compañía, de suavidad o de vigor, quietud o movimiento, nos recuerda que la sensibilidad e intensidad son lo más bello y característico de los seres humanos.