
A 20 años de «You Could Have It so Much Better»
realmente no pudo haber sido mejor
Es difícil hablar de un segundo álbum, sin mencionar ese debut que inició todo, pues es el proyecto que marca el sonido de une artista, su carta de presentación y el precedente al resto de su carrera.
La banda escocesa, Franz Ferdinand, quienes tras el éxito del álbum homónimo de 2004, cuyo característico sonido post-punk-pop bailable, irreverente, fresco y joven, posicionó a la banda en la escena británica (y mundial) como una joven promesa, además de inspirar a otras bandas de la época como Kaiser Chiefs o Bloc Party; no se hizo esperar demasiado para lanzar su segundo proyecto, «You Could Have It So Much Better» en 2005, demostrando que es posible innovar, sin perder aquel sello sonoro que los hace reconocibles hasta sus últimos lanzamientos. Hoy, a veinte años de su publicación, le damos una nueva pasada.
Y hablando de sonido irreverente, el álbum abre con «The Fallen», junto a un comienzo estruendoso de batería que tras solo un par de segundos nos revela la cadencia que ya pudimos experimentar en el álbum previo. Entre referencias religiosas y culturales, la canción moderniza la visión y la historia de Jesucristo, hablando sobre cómo los caídos son los virtuosos entre nosotres, quienes nunca nos juzgarán.
Pero la diversión no se acaba después del caótico crescendo que da fin a la primera canción, ya que continuamos con «Do You Want To», definitivamente una de las más conocidas de la banda. Coqueta, determinada y casi amenazante, esta inicia con la decisión del hablante lírico de hacer que alguien le ame esa noche. Nos pregunta “Well do you wanna go where I’d never let you before? / Do you want a go of what I’d never let you before?” (¿Quieres ir donde nunca te dejé antes?, ¿quieres intentar eso que nunca te permití antes?), recalcando lo suertudes que somos de haber sido la persona elegida, aunque sin dejar de lado ese toque “sassy” e irónico al referirse al contexto en que se desarrolla esta breve historia: una pretenciosa fiesta en Transmission, una galería de arte en Glasgow.
Y con un inmaculado hilo conductor, el álbum continúa con la ironía y la irreverencia en «This Boy», una canción más movida que la anterior, aunque más corta, y en la que podemos apreciar algunos elementos nuevos, más bailables y más electrónicos, pero aún sutiles.
Lo innovador no nos abandona, pues continuamos con «Walk Away», uno de los primeros atisbos de este nuevo proyecto, ya que la banda tocó esta canción por primera vez en Japón, donde el álbum fue lanzado un par de días antes que en el resto del mundo, el 28 de septiembre. La rendición de la pista aquella vez fue acústica, realzando la emocionalidad de sus letras que exploran el fin de una relación en la que el hablante está cansado y queriendo que su contraparte lo deje, que se vaya lejos, aunque reconociendo el sentimiento agridulce que acompaña instancias como aquella.
Si bien la versión del álbum incluye más elementos en su instrumentalización, es un pequeño descanso en medio de tanto ritmo ajetreado, entre los cuales podemos mencionar otras canciones como «Eleanor Put Your Boots On», inspirada en la entonces novia de Alex Kapranos, Eleanor Friedberger de Fiery Furnaces; y «Fade Together», una relajante balada sobre escapar junto al ser amado, que nos arrulla entre ocasionales piídos poco antes de finalizar el disco.
Pero, como se dijo anteriormente, aquellas canciones son descansos, quizás estratégicamente posicionados, entre el ajetreo rítmico y lírico de las canciones que las preceden y suceden, entre las que podemos mencionar «Evil and a Heathen» o «Well That Was Easy», temas que nos vuelven a despertar después de bajar la guardia.
El cierre del álbum es especialmente interesante, ya que, tras el suave piano que da fin a «Fade Together», podría pensarse que no sigue nada más. Grata es la sorpresa cuando escuchamos que eso no es todo, pues el rasgueo combinado de las guitarras, a las que se suman rápidamente la batería y el bajo, junto con un sintetizador bastante pegajoso, nos dan la bienvenida a «Outsiders», una canción con un flow que ya se querrían Los Bunkers (si han escuchado «Bailando solo», sabrán a qué nos referimos). En contraste con su predecesora que habla sobre el deseo de desvanecerse junto al ser amado y olvidarse del mundo, ahora habla sobre cómo les amantes y el amor mismo se desvanecen, sobre cómo el tiempo pasa, todo a su alrededor cambia y, sin embargo, ellos siguen siendo foráneos, su situación sigue siendo igual. Con un tempo movido, pero una melodía un tanto melancólica, el hablante nos cuenta cómo nota el deterioro, o más bien el estancamiento, de la relación. Entiende que la contraparte no se da cuenta de aquello y piensa que él sigue bajo sus redes, porque así lo parece, pues él se ha adormecido frente a esto, dejando que todo siga igual.
Pero el estancamiento de «Outsiders» no refleja para nada lo que este álbum significa en la discografía de Franz Ferdinand, quienes, de la mano del icónico Rich Costey en la producción, lograron presentarnos un proyecto fresco y pulido, sin dejar de lado el sello irónico y bailable que caracterizan sus canciones.
Quizás fueron capaces de mantener su esencia al decidir de manera consciente no concebir sus nuevas canciones en un estudio, sino en juntas entre amigos, tal cual hicieron la primera vez, liberándose así de la presión y el ambiente sintético que proporciona un estudio de grabación. Posiblemente, también influyera el hecho que los integrantes de la banda ya se encontraban viviendo los inicios de sus 30. Hablamos de músicos maduros, personas de identidad definida y que no permitieron que el revuelo causado por el aclamado debut de su álbum homónimo, que les significó un Mercury Prize, los confundiera respecto a repetir la fórmula o reinventarse por completo. Franz Ferdinand encontró el balance perfecto, aquel que los sentaría como una de las bandas más influyentes de la escena y que, hasta el día de hoy, cuenta con una trayectoria indiscutible.