«Only God Was Above Us» de Vampire Weekend

24-08-2025 | Gente Triste

En este domingo de gente triste, recorremos la evolución emocional de la banda de indie-rock estadounidense, Vampire Weekend, junto a su último álbum «Only God Was Above Us», cuya narrativa despliega una confrontación con las adversidades personales y colectivas, enmarca la fuerte transformación como un vestigio romántico en la memoria y su universal compañía en nuestra resistencia al paso del tiempo.

Hay bastantes textos en la red sobre el quinto trabajo discográfico de Vampire Weekend que nos lo describen como un compendio de canciones que emanan un tipo de optimismo muy especial, sin embargo, es probable que ignoren la profundidad de aquella herida de la que surge dicha asunción. Si desenredamos los versos a través de una lente de proyección personal sobre el futuro y nuestras expectativas, estos revelarán, más bien, un fuerte sentimiento de resignación agridulce.

En un sentido general, el vocalista Ezra Koenig utiliza su propia desolación para inspirarnos a no convertirnos en la antítesis de nuestros flameantes espíritus de adolescencia o, por lo menos, a no llorar a solas en ese proceso.

Con el tiempo, a Vampire Weekend y su rimbombante haber musical se les ha otorgado una definición pasada de moda, pero que hasta hace algunos años parecía presentar a músicos absolutamente conscientes de su estilo: Estrellas de rock para hipsters, trotadores en la mítica ciudad de Nueva York, siempre que su visión panorámica ofreciera un paisaje óptimo para una nostalgia ocasionalmente crítica; coleccionistas audaces buscando aquel artefacto misterioso que les permitiera adueñarse de su propia historia.

La formación original con la que desempeñaron la primera trilogía («Vampire Weekend», «Contra» y «Modern Vampires of the City») desarrolló su trabajo artístico cual misión estelar, confeccionando vestigios de una época en que la vida les sonreía con una expectativa desenfrenada: sí podemos levantarnos al día siguiente y cambiar una fracción mínima de quienes somos, quizá tenemos una privilegiada oportunidad de cambiar el mundo.

Pero la eventual salida de Rostam Batmanglij en 2016 perfiló un reto de redefinición espiritual para la agrupación, así como un nuevo escenario para la reflexión de un Koenig cada vez más preocupado por el estado del mundo. Así llegó «Father of The Bride» en 2019, con toda la pretensión de desplegar crónicas sobre el dolor y la engañosa comodidad de soltar al efebo rebelde y protestante que habita en nosotres.

Si un mundo de ideales corrompidos no fuese suficiente para disolver el perfil indómito de una amplia lista de artistas que buscan incrustar sus desafiantes espíritus a través del discurso de sus canciones, entonces la reconfiguración global de la economía y la política y la incertidumbre individual fueron lo que transformó el cuestionamiento del mundo en una duda sobre nuestro derecho a un lugar en el mismo.

No es un mito que el mundo occidental atraviesa una recesión ideológica preocupante. La violencia parece ser una condena generacional, los principios conservadores amenazan con arrebatarnos hasta nuestra identidad y la poca certeza sobre el futuro y la densa competitividad por ser vistes se convierten en el reto más atemorizante de nuestras vidas ¿A qué clase de futuro tenemos derecho entonces?

A la mierda el mundo”, Koenig inaugura el quinto trabajo discográfico de Vampire Weekend con un sigilo amargo, alejándose después, como un espectador del adolecido narrador que enuncia tal lamentación. “Lo dijiste silenciosamente, nadie podía escucharte, nadie más que yo”.

Eventualmente, «Ice Cream Piano» se convierte en una carta interpretativa, un regaño cuya naturaleza más pura es la autocrítica. “El universo iluminará la verdad y esa es que no tienes nada que decir”. La primera pieza del LP es un glorioso collage de instrumentos que luchan por el protagonismo en cuanto acontece el clímax de la canción, aunque el verdadero catalizador es su pluma. Resulta entonces claro: el álbum será tan personal, como reflexivo.

Nuestro protagonista parece menos enfurecido en «Classic», en donde más bien confronta el carácter cíclico de nuestra historia desde un aire casi optimista. Si este mundo recicla su contenido, esperemos que no sean nuestros errores los que merezcan trascendencia: “Sé que los muros caen, los puentes se queman y los cuerpos se rompen, está claro que algo va a cambiar. Y cuando eso ocurra, ¿cuál clásico permanecerá?”

En dicha canción hay incluso más emoción instrumental que en la anterior, revelando que, incluso en una metamorfosis personal tan plagada por melancolía y desvelo, el sonido de la banda aún sostiene su propia astucia indumentaria. Aquí el saxofón se convierte en un ornamento solemne para el segmento que expresa su renuente apego a la crítica: “Falso, cruel y antinatural, como lo cruel, con el tiempo, se vuelve clásico”.

En la pista sucesora, «Capricorn», la narrativa nos induce en un terreno incluso más flagelante para quienes atraviesen cualquier tipo de crisis identitaria. La poesía de la canción abraza la agria aceptación de aquello que el tiempo nos ha arrebatado: “No puedo alcanzar la luna ahora, no puedo cambiar el rumbo, el mundo se veía diferente cuando Dios estaba de tu lado”.

«Capricorn» representa notablemente el núcleo melancólico del proyecto, es una canción que evoca la sensación de frágil pertenencia de un capricornio nacido en diciembre, un representante de un año del que apenas participó un par de días. El contenido lírico parece comunicarse con la visión existencialista más joven de la banda en «Diane Young» de 2013, en la que entonaban, entre sátira y expectativa: “Nadie sabe qué nos depara el futuro y ya es bastante malo envejecer. Vivo mi vida en defensa propia… me encanta el pasado, porque odio el suspenso”.

Ahora la perspectiva resuena más con la catarsis de un adulto invirtiendo la totalidad de su espíritu en defender la inercia de su propia existencia, buscando un motivo, por pequeño que sea, para permanecer entre la vasta y contradictoria realidad: “Demasiado viejo para morir joven, demasiado joven para vivir solo, revisitando siglos, en busca de momentos propios

Conforme la música crece, un atisbo de esperanza florece en el horizonte. Los reproches personales se convierten en una realización del desafortunado ciclo generacional. Primero, en «Prep-School Gangsters», Koenig medita sobre la rebeldía jovial y su cálido espacio en la memoria: “Llámame celoso o enloquecido, ahora tengo yo lo que tenías tú, en algún lugar de tu árbol genealógico, había alguien como yo”.

Quizá nuestro mayor alivio es que podemos compartir la agonía en compañía y, con el tiempo, conseguimos apreciar la huella de nuestra colectividad. Algo fascinante en «Only God Was Above Us» es su transición entre duda y recelo personal hacia una conciliación con nuestra imperfección generacional. «Gen-X Cops» es de los cortes más estrafalarios del álbum, su instrumental aparece estridente junto a un manifiesto agridulce:

Una casa no es un hogar y el hogar no es donde podemos quedarnos… esquivé el reclutamiento, pero no puedo esquivar la guerra, maldecido a siempre vivir inseguro… no fue construido para mí, es tu academia, pero en mi tiempo, me enseñaste a ver, cada generación crea su propia disculpa

Finalmente, entre otras cartas destinadas mayormente al misterio de la memoria colectiva, el quinto trabajo de Vampire Weekend finaliza con un manifiesto que combina esperanza y resignación. «Hope» es un reconocimiento de aquellas duras que se asumen con el fin procurar nuestros corazones y no desaparecer en agonía. Es una conclusión agridulce, pero franca y profundamente personal:

El significado murió en metáfora, el fénix ardió, pero no ascendió, ahora la mitad del cuerpo está paralizada, no queda nadie más a quien culpar, espero lo dejes ir […] espero lo dejes ir, mi enemigo es invencible, tenía que dejarlo ir

La conclusión es, probablemente, la más intrigante que puede encontrarse en todo el catálogo musical de Vampire Weekend. Si bien en primera instancia parece ser dolorosa resignación, el resto de las letras en el álbum edifican, más bien, una preservación del propio ser para evitarnos sucumbir ante el gris de nuestra imposibilidad.

«Only God Was Above Us» es un proyecto catártico y ampliamente personal, pero que resuena profundamente con nuestras batallas personales. Es un reto enfrentar la ambigüedad de nuestro devenir y la intensidad de algunas de nuestras heridas, aunque la memoria misma nos recuerda que no somos los primeros aquí. Cada ocasión sigue representando una oportunidad, incluso si la mayor victoria del día fue obsequiar una sonrisa.

Si solo Dios está por encima de nosotros y el pasado nos revela que sus respuestas aparecen como realidades generacionales y compensaciones indirectas, entonces, este será siempre el mejor momento para aceptar el reto de salvar nuestros corazones, incluso en esos días en los que eso aparece con la forma de aquello que más nos atemoriza.

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