Billy Joel, «The Bridge to Russia»

12-10-2025 | Lunes de Icónicos

¿Y tú? ¿Qué estabas haciendo en plena Guerra Fría? Eso imaginó Billy Joel que le preguntaría su hija al pensar en su futuro, inspirándolo a tomar la decisión de partir rumbo a Rusia para ofrecer uno de los shows que marcarían la historia de la música para siempre y que hoy nos reúne en este nuevo lunes de icónicos. Esto es The Bridge to Russia.

En la década de los 80, la relación entre la ex-URSS y Estados Unidos era tensa. La moralidad posterior a la Segunda Guerra Mundial se encontraba en constante cuestionamiento. El levantamiento de diferentes dictaduras a lo largo de los países de Latinoamérica durante los años 70 y hasta finales de los 80, la represión policial, las tensiones políticas y los cuestionamientos de la ciudadanía no hacían más que complejizar el escenario geopolítico mundial.

En medio de todo esto, y con la idea de alcanzar un futuro más próspero, Mijaíl Gorbachov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, inspirado por sus gustos e influencias del rock and roll, como Elvis Presley, buscó impulsar un proyecto que fortalecería las relaciones entre ambas potencias más allá de la competencia, encontrando un punto en común: la música.

Parte de ese proyecto consistía en invitar a artistas estadounidenses a tierras soviéticas para realizar shows sin precedentes, tomando estadios que llenarían Rusia de una energía sin igual. Pero ahora surgía el siguiente problema: ¿qué artista estaría dispueste a participar de un espectáculo de tal magnitud, considerando el contexto mundial?

Ahí entró Billy Joel, un artista que durante años se ha caracterizado por hablar del poder de la música como punto de unión y de lucha. No solo expresó la frustración de una época cargada de dudas y cuestionamientos, sino que también viajó a lugares como La Habana para presentarse, argumentando que todo pueblo merece disfrutar de la música, pese a las críticas que recibiría en Estados Unidos.

Con la duda de qué papel quería tener en el mundo que construiría para su hija y tras el rechazo de artistas como Stevie Wonder y Bruce Springsteen, Billy aceptó ser embajador de este proyecto y se embarcó con su familia rumbo a Moscú para comenzar uno de los seis shows programados, revolucionando el mundo entero.

Con una producción y un seguimiento sin precedentes, la música de Billy Joel sonó en Rusia durante las semanas previas al concierto. La idea era acercar al público a su arte, hacerlo conocido, generar conexión. Fue la campaña más grande realizada hasta entonces para un show, incluso en comparación con artistas como Elton John, quien, en esos tiempos, también realizaba shows, aunque más pequeños, dentro de Rusia.

Con la promesa de que el espectáculo sería televisado más allá del territorio soviético, Billy se preparaba para comenzar. Sin embargo, la emoción lo invadió y, de forma improvisada, hizo una escala en Tbilisi, donde ofreció un concierto en una ópera georgiana, desgarrando su voz antes de dirigirse al Estadio Olímpico de Moscú. Por suerte, el concierto pudo continuar, pero surgió otro problema, el público parecía no estar disfrutándolo.

Habiendo pasado cuatro canciones, el artista se preguntó qué estaba mal, y encontró la respuesta: el público no estaba acostumbrado a shows tan grandes. No era la primera vez que un artista extranjero visitaba Rusia, pero sí la primera vez que se hacía un espectáculo de tal magnitud. Además, los guardias del recinto expulsaban a personas afuera del estadio sin motivo, algo que Billy mismo se encargó de solucionar, pidiendo a los invitados políticos que, si se aburrían, cedieran sus entradas a quienes esperaban afuera.

Tomando el micrófono, el propio Joel enseñó al público a soltarse con la música, a no quedarse quieto, a saltar, bailar y disfrutar libremente. Aunque le costó lograrlo, poco a poco la gente empezó a entenderlo y a acercarse al escenario, algo que lo descolocó por completo.

Pero aún quedaba otro problema: al ser un show televisado, las cámaras y luces se enfocaban constantemente en el público, que al no estar acostumbrado, se congelaba frente a ellas, perdiendo la naturalidad que tanto había costado conseguir. Molesto por la situación, Billy pidió al equipo que dejaran de grabar al público y lo enfocaran solo a él, pero no lo escucharon.

La segunda noche comenzó con un público más participativo, pero nuevamente, las cámaras y las luces hicieron que muchos se paralizaran. Al notar la incomodidad, Joel volvió a pedir, entre gritos, que no enfocarán al público, pero fue ignorado. Frustrado, estalló en el escenario: rompió el piano y el soporte del micrófono, asegurándose de que las cámaras solo se centraran en su actuación.

Pese a que el show continuó con naturalidad, los titulares al día siguiente reflejaron su “rabieta”, pero Billy no los escucho, solo quería asegurarse que las personas disfrutaran del espectáculo, sin importarles quienes estaban mirando, buscando que ningún asistente se sintiera como un objeto, argumentando que, pese a que la instancia era televisada, esto era un proyecto para unir la cultura, no una campaña política.

Con los siguientes conciertos, cuidando las condiciones del público y de las grabaciones. Nuevamente, invitó a la gente a bailar, moverse y, sobre todo, a disfrutar de la música. Y así fue: se sumaron artistas locales, el público comenzó a llenar el estadio con banderas y carteles, haciendo suyo aquel concierto, tal como el artista deseaba.

Estos conciertos, aunque no estuvieron exentos de polémica, marcaron una época. Abrieron el camino para la llegada de festivales extranjeros a Rusia, protegieron al público, y derribaron barreras y estigmas que, hasta hace poco, el propio Joel admitía haber tenido: “Soy un baby boomer. Crecí pensando que aquellas personas eran el enemigo. Al crecer me di cuenta de que no y, ahora, ir allí se ha transformado en una de las mejores experiencias de mi vida”.

Lo que comenzó como una simple serie de conciertos se convirtió en algo mucho más grande: un recordatorio de disfrutar la música, de alzar la voz y de proteger al público.

A día de hoy, «The Bridge to Russia» es recordado como uno de los shows más mediáticos de mediados de los 80, un símbolo del poder que tiene la música para unir lo que el mundo insiste en separar.

Improvisados, cuestionados y siendo, hoy en día, un recuerdo preciado por el mismo artista, dichos conciertos solo serían el comienzo de algo más grande. Y quizás, si Billy Joel hoy recibiera aquella pregunta que lo inspiró ¿Y tú, qué estabas haciendo en plena Guerra Fría?, podría responder con serenidad que él cruzó el mundo para tocar el corazón de un público que lo marcaría para siempre.

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