A 20 años de «Gepinto»

04-11-2025 | Reseñas

Aún nos queda mucho por que cantar

reseña por Valentina Zúñiga

El tiempo no se detiene y, con el paso de los años, todo parece ir cada vez más rápido. Sin darnos cuenta, la música que pensamos que hoy cumple veinte años ya no es la de los 80s, sino la de los 2000. Las canciones que alguna vez creímos recientes, hoy han cumplido una década. Incluso, si pensamos en la pandemia, nos damos cuenta de que ya han pasado cinco años. Entre todo esto, es imposible negar los grandes cambios que hemos tenido, desde la tecnología hasta la música. 

Miles de proyectos aparecen día a día: sea rock o música andina, todes han buscado la manera de dejar su huella en la escena nacional. Y hoy, justamente eso es lo que vamos a celebrar: el paso del tiempo y los 20 años del disco debut de un artista que no solo marcaría el comienzo del 2000, sino que haría bailar a toda una generación al ritmo de un charango y un acordeón. Todas las historias tienen un comienzo, y eso es lo que queremos descubrir, esto es «Gepinto».

Tras la publicación de su primer EP «5×5» y en paralelo a su trabajo con el grupo Taller Dejao, Daniel Riveros, más conocido como Gepe, lanzaría, con la producción de Rodrigo Santis y Sebastián Sampieri, su primer álbum: «Gepinto». Con este trabajo, iniciaba la búsqueda de una voz propia, incorporando rasgos del folclore y entregando una nueva mirada a una sociedad que, poco a poco, exigía un cambio.

El viaje comienza con «La enfermedad de los ojos», una canción que abre con el sonido de un xilófono de juguete, recibiéndonos en soledad hasta encontrarse con cuerdas que se suman como compañeras. La pieza avanza, explorando el peso de nuestra perspectiva sobre el mundo y cómo la forma en que miramos puede transformar incluso el valor que damos a quienes nos rodean. En ella, la vida se muestra como un personaje frágil, lanzando un llamado sutil desde el primer segundo: buscar la libertad y abrir nuestra mirada a nuevas posibilidades que, poco a poco, se revelan ante nosotres.

Esta no sería la única vez que el álbum reflexiona sobre el valor de lo que amamos y la fragilidad de la existencia. La siguiente canción, «Nunca mucho», es una muestra clara de ello. Acompañada por sintetizadores y referencias matemáticas, el artista nos invita a mirar más allá de las complicaciones cotidianas, a detenernos un momento y valorar los pequeños instantes que la vida nos entrega, incluso si duran apenas unos segundos.

En su tránsito por la fragilidad de las emociones humanas y la dificultad de comunicarse de forma genuina tanto con une misme como con les demás, el disco avanza entre «Multiplicación» y «Sal». Ambas canciones se distinguen entre sí, aunque comparten un mismo espíritu: la reflexión sobre la vulnerabilidad de las conexiones humanas. «Multiplicación» se apoya en raíces folclóricas, mientras que «Sal» incorpora sintetizadores, conectando más con la modernidad.

Hacia la mitad del álbum, aparece «Namás», probablemente el emblema de «Gepinto» y la canción que definiría la carrera de Gepe. Con un solo acorde y tras múltiples transformaciones durante su producción, eliminando y sumando elementos hasta alcanzar su forma definitiva, la canción se construye desde la sencillez y la introspección. Su letra, de apariencia simple, encierra una reflexión profunda sobre el lenguaje y la expresión, convirtiéndose en una confesión íntima que trascendió fronteras. Siendo catalogada por Rolling Stone Argentina como una de las mejores canciones del año.

El vaivén de las emociones humanas alcanza una nueva dimensión en «Los barcos». Aquí, las guitarras y los arreglos inspirados en el folclore adquieren mayor protagonismo. A través de la metáfora del mar y la navegación, las contradicciones del ser humano se hacen más intensas, reflejándose en los constantes cambios de ánimo y en una instrumentación que, al igual que las olas, nos mece y nos transporta.

Recordar duele, mas olvidar asusta. Al menos eso es lo que nos transmiten las siguientes canciones: «Los trapenses» y «El gran mal». Entre instrumentales cargados de nostalgia, con guitarras y acordeones, en el caso de «El gran mal», Gepe reflexiona sobre el peso de nuestras decisiones, el miedo a la imperfección y a la entrega hacía les demás. ¿Acaso es el tiempo el que se nos está escapando de las manos? ¿O será que, sin darnos cuenta, hemos llegado demasiado tarde? Las conexiones y nuestra existencia son cuestionadas, dejándonos pensando en la más íntima soledad.

Envuelta en nostalgia y en deseos que se desvanecen, nos recibe «Torremolinos». Acompañada por la simpleza de una guitarra en su producción, la canción se convierte en una paradoja: ¿anhelamos los recuerdos o aquello que nunca llegó a ser? ¿Es real la presencia o es la distancia la que nos ata a quien ya no está?

La lejanía se vuelve palpable y, con un sonido melancólico, la canción se despide lentamente, como si aceptar fuera una forma de dejar ir. Pero ¿realmente lo dejamos ir? Porque, junto a «Vacaciones», se abre el otro lado del anhelo: el arrepentimiento y el dolor que sobrevienen tras la nostalgia.

El uso de frases en inglés mezcladas con el español refuerza la confusión interna que atraviesa la canción, revelando la fragilidad de quien, pese al intento, no puede desprenderse del recuerdo, tratando de ordenar un sentimiento que aún no encuentra su camino.

Comenzando a despedirnos de este álbum, «Nihilo» aparece como una pieza sencilla, sostenida entre la voz y un instrumental que poco a poco se distorsiona. Refleja la reflexión tras despojarse de lo externo, abrazando la vulnerabilidad que por mucho tiempo le jugó en contra. Es el acto de reconciliarse con lo escondido, de volver a la esencia y dejar de huir.

“Pucha que pasa lento el tiempo o rápido quizás”.
Esa frase definiría «Estilo internacional», la penúltima canción de este viaje. Carente de cualquier acompañamiento más allá de un piano y la voz de Gepe, ofrece una de las últimas reflexiones sobre el paso del tiempo, que parece acelerarse a medida que avanza la pieza. Hacia el final, los sintetizadores irrumpen como un eco: lo bello que duele y lo doloroso que, de algún modo, también es bello. El tiempo se vuelve extraño, y la única certeza es la aceptación de que no podemos detenerlo, aunque intentemos convencernos de lo contrario.

El paso del tiempo, la añoranza y el anhelo serían las piezas claves para hablar de «Gepinto». Es ese mismo tiempo el que nos permite reconectar, no solo con sus letras tan abiertas a la libre interpretación, sino también con la simpleza y la honestidad de su sonido, que de alguna manera se siente desarrollarse dentro de una habitación a la que solo nosotres podemos acceder.

Una introspección que nos revela la evolución de un artista que, en veinte años, ha transformado su sonido y su legado. «Gepinto» se vuelve así un prólogo: el punto de partida de una búsqueda sincera, donde lo íntimo se hace universal y donde, aún después del silencio, seguimos encontrando el camino hacia el lugar más alto, donde aún queda mucho por decir y cantar.

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