«Loveless» de My Bloody Valentine
Recibimos los icónicos de octubre desenredando el mito detrás de uno de los álbumes más emblemáticos de la década de los 90, el «Loveless» de la banda irlandesa My Bloody Valentine, proyecto lanzado en 1991, reconocido por su impacto en la corriente shoegaze del rock alternativo y que a pesar de no haber establecido las bases del género, si participó en su reinvención sentimental, transformando su entendimiento banal y superficial mientras encontraba rutas para expresar emociones vivaces a través de sonidos opacos y misteriosos.
«Loveless» fue un proyecto que arrinconó las perspectivas detractoras de la prensa musical que en ese momento no encontraba profundidad artística en este género, aún cuando existía con fuerza en las periferias de la experimentación rock, llegando a funcionar como un espacio seguro para jóvenes melancólicos y autodidactas ambiciosos.
El legado de esta obra puede rastrearse hasta la visión de cientos de bandas indie contemporáneas que desde distintos países, proponen su versión propia del sonido saturado y disonante que caracteriza al shoegaze, pero, aunque quizá la tendencia no ha estado tan viva nunca como lo está ahora, su era dorada se incrustó en los 90, por el atrevimiento de quienes lo elevaron hasta su gloria creativa. Bandas como Slowdive, Lush y por supuesto, My Bloody Valentine, autores de la obra que analizaremos en este lunes de icónicos, considerando los antecedentes, su frenético contenido y también, su turbulento proceso de grabación.
La escena en la música rock durante la transición de la década de los 80 hacia los 90, es probablemente, uno de los momentos clave en la consolidación del sonido que hoy se define como música indie. A grande escala, en Estados Unidos se alcanzaba la cúspide comercial de la música grunge a través de los legendarios lanzamientos de Nirvana o Pearl Jam, mientras que la nostalgia de un primigenio britpop se desarrollaba con tenacidad mientras Oasis y Blur moldeaban la personalidad del rock alternativo en Reino Unido.
Simultáneamente, en las periferias de ambos fenómenos culturales titánicos, algo más estaba sucediendo. La herencia etérea del género dark wave propio de los primeros álbumes de Cocteau Twins, la introspectiva y ya sólidamente establecida melancolía del post-punk de Joy Division, así como una creciente curiosidad ante las nuevas posibilidades por la innovación en sintetizadores y pedales de efectos para las guitarras, establecían prometedores nuevos horizontes para la exploración del ruido en el pop y el rock.
Fue en 1983 cuando el guitarrista y vocalista Kevin Shields y el baterista Colm Ó Cíosóig, dieron inicio a banda irlandesa My Bloody Valentine, que se reconocería como uno de los actos alternativos clave en la década de los 90 con los lanzamientos de sus álbumes «Isn’t Anything» en 1988 y «Loveless» en 1991, tras un extenso y tropezado recorrido de experimentación sus primigenios sonidos, mismos que, podrían definirse como una combinación de la del No Wave de Sonic Youth, con una visión propia y excéntrica del post-punk del momento.
Tras años de ensayo y error, y ahora acompañados por la vocalista y guitarrista Bilinda Butcher, y la bajista Debbie Googe, su fascinante y distintivo sonido se definiría con la llegada de su proyecto debut oficial, «Isn’t Anything», alejado de sus primeros ensayos y sentando las bases en la personalidad sonora de su música. Borrosa, dramática y con una mezcla que casi parecía comprometer su fidelidad.
Distorsión y ruido eran los factores protagónicos en sus piezas musicales, la saturación de sintetizadores y pedales de fuzz, los convertían en automático en una propuesta sólida de shoegazing. Este término fue definido por la prensa musical frente a la tendencia de bandas que aprovechaban al máximo el uso de pedales en sus guitarras para intensificar el ruido y que se mantenían mirando al suelo, con la atención centrada en dichos pedales, lo que hacía parecer que miraban sus zapatos.
De ahí su significado ‘shoe’ (zapato) y ‘gazing’ (apreciando), siendo una necesidad técnica del género y también, un acto involuntariamente teatral que encajaba con la tristeza que fluía en su música.
Con la inteligente esencia de su debut, la banda estableció un modelo a seguir, una vibra que animó a bandas emergentes a embarcarse en la travesía de imitar aquel onírico mundo sonoro. Pero, para entonces My Bloody Valentine ya trabajaba en un manifiesto visionario de autenticidad: su segundo álbum, cuya ambición era tal, que no sólo extendió su lapso de grabación por más de dos años, sino que además, llevó prácticamente a la quiebra a su disquera independiente Creation Records, por los costos de su producción e interminable periodo de grabación en innumerables estudios.
En tal caso, el impacto de «Loveless» fue más allá de ser un proyecto de shoegaze producido en excelencia, porque en su núcleo guardaba la visión de un ambicioso Kevin Shields tocando la guitarra como nadie más lo estaba haciendo. Él mismo lo reconoce en una entrevista: “nadie estaba utilizando el brazo de trémolo aparte de nosotros, lo hicimos todo únicamente con el brazo del trémolo; era una modificación tan extraña”. Esto aparece en el libro «Loveless» del 2007 escrito por Mike McGonigal, periodista musical que indagaba también, en el paradigmático impacto del álbum.
Además del uso del trémolo que servía para modular el volumen de las guitarras, otro aspecto interesante es que la grabación del proyecto se desenvuelve en una ironía curiosa. La banda en su momento se caracterizó por su tendencia autodidacta, lo que llegaba a estándares preocupantes considerando la cantidad de ingenieros sonoros que participaron en este álbum, pero sin conseguir llegar a buenos términos con Shields, lo que significó que en realidad, las magistrales mezclas instrumentales que componen dicha colección, eran más bien el resultado de un ciclo de ensayo y error que podría considerarse incluso amateur en aspectos de masterización y mezcla.
Pero el historial turbulento de la grabación no se corresponde con el resultado final, puesto que el collage sonoro que se desarrolla a lo largo de sus 11 pistas, no sólo destaca por su reconocible profesionalismo y estridente entendimiento de la agresividad sonora en el ámbito instrumental, sino también, por la dinámica tan coherente y hermética que se desenvuelve canción tras canción, en dónde cada aspecto relevante se ejecuta en desde su posibilidad más elevada.
En primera instancia, la interpretación vocal se reparte entre Shields y Belinda Butcher, lo que construye una atmósfera que por momentos engaña al oyente con su tendencia andrógina y suave. La voz está incrustada en la mezcla con un volumen intencionalmente reducido, pero manteniéndose distinguible, incluso, cuando no entrega claridad certera en la dicción de sus versos, lo que no significa que este aspecto se haya realizado desde una atención trivial. Por el contrario, resulta clave en la sentencia anímica del álbum, en la que fluye una carga de sensualidad abstracta, así como una potente melancolía.
Mientras tanto, la batería a cargo Colm Ó Cíosóig se encuentra incluso más difuminada en la mezcla. Es un estallido de percusiones lo que sirve de agresiva introducción para la primera canción «only shallow», e inmediatamente después, desaparece entre la batalla instrumental de guitarras amplificadas a proporciones descomunales, siendo la fantasmagórica «touched» o la transparencia del cierre «soon» los momentos en los que resulta evidente que hay una batería participando activamente en este recorrido.
Por otro lado, los momentos más accesibles en el listado de canciones contrastan fuertemente con sus más intrincados experimentos, la memorable y sutil nostalgia de la única pista que cumple los requisitos propios de una balada «sometimes», resulta completamente opuesta al sentimiento de preocupante persecución instrumental que se construye con el sample constante en la estructura central de la espectral «i only said».
En una dirección similar, «when you sleep» es merecedora de sus flores por su icónica y reconocida melodía, lo que también la convierte en uno de los momentos más accesibles de todo el conjunto. por ello, pareciera existir en otra versión de la dimensión alucinante que sirve de escenario para la colisión de arreglos pseudo melódicos de la excepcional «to here knows when», un rompecabezas de sonidos que testifica como ninguna otra, respecto a la posibilidad de evocar emociones intensas utilizando únicamente el sonido como medio.
Los adjetivos superlativos se podrían asignar a cualquiera de las canciones en Loveless, sin embargo, una que trascendió dicha magnitud fue «soon», una pista de 7 minutos que cierra el álbum en una nota más nítida y sobre la cual el legendario icono musical inglés Brian Eno comentaba poco después de su lanzamiento en 1990, con claras reservas, pero irónicamente, reconociendo su trascendencia “un nuevo estándar para el pop, es la música más vaga que jamás haya sido un éxito”.
Igualmente, años más tarde en 2006, el transgresor y emblemático músico argentino Gustavo Cerati enmarcaría también, la significativa influencia de My Bloody Valentine en una entrevista para el canal MTV con Zorrito Von Quintiero, justo antes de presentar el videoclip de la canción «soon» afirmando: “cambiaron la manera de tocar la guitarra y la forma en la que se mezclaban los discos”.
Considerando el impacto que aquí se escribe, podría pensarse que el álbum fue un hito comercial para la banda, pero la realidad, es que se mantuvo alabado religiosamente casi exclusivamente dentro de los círculos independientes que se sorprendieron por su disonancia artística, en tanto que, a un nivel comercial, pasó relativamente desapercibido mientras continuaba el auge por el momento trascendental del «Nevermind» de Nirvana, que se lanzó tan solo 6 meses antes.
No obstante, su memoria se ha constituido con claridad y vigor con el paso los años, sea a través de su inmortalización como referente constante en los lanzamientos de shoegaze más actuales, o hasta convertirse en el acompañamiento perfecto de proyectos artísticos emocionalmente complejos como es el caso de la película de romance «Perdidos en Tokio» (2003) de Sofia Coppola, en la que la excéntrica balada de rompimiento «sometimes», hace parte de la emotiva y distintiva banda sonora.
Pero el «Loveless» de My Bloody Valentine es quizá, incluso más que eso, es música que encuentra perfección en el desorden, proyectando un corazón distorsionado, borroso y disonante, que late a un ritmo violento y acelerado. Motivado por la creatividad y la ambición desmedida, pero que justifica su soberbia porque resguarda un misterio poético, escondido entre sus montones de capas instrumentales, y vocales intencionalmente indescifrables, pero cargadas de emoción.
La segunda propuesta que consolidó el estatus de leyenda para la banda de Irlanda y que sería su último en un lapso de más de 20 años, es un álbum que existe en una atmósfera fucsia de ensueño psicodélico, tal como la imagen que se muestra en el arte visual de su portada. Un inventivo instante musical que exclama fervientemente su personalidad erótica y auténtica, que con el paso del tiempo, cumple su promesa de haber encontrado el secreto de la atemporalidad.