«Willoughby Tucker I WIll Always Love You» de Ethel Cain

21-08-2025 | Reseñas

Del amor al duelo y de vuelta

Reseña por Camila Vilches

Dicen que el duelo nace del amor contenido que ya no puede entregarse, de esa frustración silenciosa por sentir tanto dentro y no tener a la persona en cuestión para ofrecérselo. Otras veces, puede nacer de esos amores que vivimos hasta lo más profundo de nuestra carne, sabiendo que “ahí no será”. En «Willoughby Tucker I Will Always Love You» (WTIWALY), Ethel Cain nos presenta una serie de relatos que conjugan esa pérdida, preguntándose finalmente si alguna vez podrá amar nuevamente de la manera que amó.

A casi una semana desde su lanzamiento, el segundo álbum de Ethel Cain –alias de Hayden Anhedönia– lidera el top diez de las listas de nuevos lanzamientos a nivel global. 

La mezcla entre ser un personaje de culto de la internet y su indudable talento y maestría musical hacen que este recibimiento por parte del público no sea una sorpresa, mucho menos algo gratuito. Pues si hay algo que Hayden Anhedönia sabe hacer como pocos saben, es contar historias y construir mundos. Este, en particular, es parte del mundo de Ethel Cain: una precuela de su álbum debut, «Preacher’s Daughter», y la segunda parte de la trilogía que pretende concretar la historia de este personaje.

En palabras de Hayden, la narrativa de Ethel Cain entrelaza lo vivido y lo ficticio, lo cual le permite tomar cierta distancia de sí misma, así como también liberarse de la responsabilidad de afectar a las personas involucradas. Esto mismo le brinda la libertad artística de ser completamente honesta con sus experiencias, por esta razón nunca queda del todo claro dónde termina la verdad y dónde comienza la ficción. Asimismo, esta ambigüedad ha hecho que se construyan infinitas teorías e interpretaciones sobre el tejido histórico detrás del personaje: ¿A quién amó realmente Ethel?, ¿quién es Willoughby?, ¿cuándo se conocieron realmente?, ¿cómo y cuándo perdió su existencia?

Esta reseña, más allá de tratar de responder estas preguntas e intentar develar la historia en detalle detrás de este álbum y la trilogía que la compone, pretende acompañar el viaje de escucha, canción por canción. Pretende repasar cada emoción transmitida, ayudándose de la descripción sonora, sus letras y las enriquecedoras referencias musicales que rememora. Pretende ser más bien una guía que acompañe en este relato de amor profundo y pérdida.

El viaje de «WTIWALY» comienza con de la mano de una guitarra con una leve distorsión. Con  la voz de Ethel, se tiñe de inmediato la emocionalidad oscura del disco con estrofas como “Just by nature, easy to hate, easy to blame”. Frases como esta comienza a abrir preguntas: ¿habla de sí misma y de su identidad?, ¿se refiere a su naturaleza como una cuestión de género o como una cuestión de pulsiones y de deseo? Más adelante nos deja entrever que esta canción está dedicada a alguien, tanto por su nombre como por otras frases, tales como “I know you love her, but she was my sister first”. ¿Le habla a Janie?, ¿A Willoughby? Pareciera ser que nos recibe con una doble pérdida al hablar de dos personajes que presenta con amor y desgarro.  Esta balada electroacústica e íntima, pese a tener una progresión constante en su intensidad, no termina de explotar del todo, volviendo a contenerse hacia el final.

En «Willoughby Theme» se mantiene un dejo de romance nostálgico, que va siendo guiado por sonidos ambientales de guitarras eléctricas distorsionadas, llevándonos a un punto donde la atmósfera se vuelve más “noise”, atrapada y, hasta cierto punto, ahogada. Participan también acordes de piano de color sacro, rozando lo ambient. En esta pausa instrumental se refuerza el perfil oscuro de la canción anterior. Hacia el final, la composición se va diluyendo con voces y violines que se alejan como lamentos en el firmamento.

En «Fuck Me Eyes» irrumpen acordes con sintetizadores ochenteros –los mismos que usó Angelo Badalamenti para «Twin Peaks»– con una melodía pop y un entusiasmo que contrasta con lo presente en sus letras. Esta canción podría ser la «American Teenager» de este álbum en el sentido de ser el componente pop, musicalmente hablando. Con un sonido que oscila entre una nostalgia ochentera, se retrata a una chica hermosa y temeraria –probablemente la mismísima Ethel–, hija de una reina de belleza de corona caída en adicciones y decadencia. Una chica que, en su soledad y profunda tristeza, busca sentirse bien poniéndose al servicio del deseo de otro, aun conservando su encanto a pesar de ser la más deseada pero la menos amada: “Pretty baby with the miles, and when she leaves, they never see her wiping her fuck me eyes (…) She’s just tryna feel good right now, they wanna take her out, but no one ever wants to take her home”.

En la cuarta canción, titulada «Nettles», las palabras se quedan cortas. Esta canción fue el primer single del álbum y no ha dejado de resonar desde su lanzamiento. La aparición del banjo aquí es clave para terminar de perfilar esta propuesta como un indie-folk absolutamente estadounidense, pero alternativo. Se trata de una producción impecable, armónicas románticas y ese aire folk que nos rememora a una escena en un pastizal seco bajo el sol de Alabama. Esta es, sin duda, una carta de amor a alguien que ya está lejos. A un amor profundo que solo se vive mediante la reafirmación escrita de sí mismo. Aquí, Ethel hace una especie de declaración propia al reconocerse a sí misma a través del sufrimiento: “To love me is to suffer me, and I believe that”. También le habla a alguien casi en clave de despedida y premoción: “You’ll go fight a war, I’ll go missing” canta como haciendo referencia al trágico final del personaje en el álbum anterior. «Nettles», además de ser una poesía y una composición musical impecable, es finalmente un palimpsesto de experiencias cuya línea ficticia se desdibuja al ser catarsis emocional, pero ya no del personaje, sino de la misma Hayden.

Una característica del álbum es que el orden de las canciones permite vivir ese viaje con una cadencia amable. Nunca es demasiada intensidad, sabe perfectamente dónde poner pausas instrumentales que refuerzan lo contado y nos preparan para lo que viene. La quinta canción no es la excepción de ello: «Willoughby’s Interlude» nos devuelve a ese clima ambiental, esta vez más serena, más silenciosa. Por sobre la tristeza, hay aceptación. No hay voces que lamentan, hay solo guitarras que rememoran los sonidos de Jónsi en «Sigur Rós». Se siente a lo lejos un sintetizador, el mismo utilizado en las canciones anteriores, pero mucho más distorsionado, lo que, sonoramente, aporta como hilo conductor al álbum total.

«Dust Bowl» es un homenaje a los momentos lindos vividos entre Ethel y Willoughby. Es fácil reconocerlo, pues la canción inicia con una descripción física clara: “Pretty boy naturally blood-stained blonde”. Aquí se hace presente una batería de fondo, muy sucia, que va marcando el ritmo que no desaparece, sino que solo se intensifica. Es una narración de encuentros, memorias, recuerdos y paisajes que solo refuerzan la estética tan clara y definida por Hayden como “Vintage American gothic kitchen table drama”. Y dicho drama sí que se hace presente al sacarnos de esa tranquilidad actuada con saltos sorpresa que acentúan momentos clave de la canción: “I Knew it was love when I rode home crying thinking of you fucking other girls”. Y sabemos que aquí habla de recuerdos, pues el mismo título describe esta canción como un bowl, un plato, un elemento decorativo que se mantiene allí, acumulando polvo en el tiempo. 

La séptima canción, «A Knock at the Door», abre con guitarras acústicas y nostálgicas junto a la voz de Hayden, que flota como sirena a la distancia. Es un canto al miedo de reencontrarse con la muerte, en la forma que tenga, la cual perfila con un gesto sencillo, pero potente: reconocer a algo o alguien, por como suenan sus pasos, por cómo golpea la puerta. Esta vez, ese alguien pareciera ser más bien una situación, o alguno de los lamentos ya vividos en canciones anteriores. Es una canción sencilla en su composición, pero con letras que de alguna u otra manera calarán en quienes la escuchen.

«Radio Towers» es el último puente instrumental antes de comenzar a concluir el disco. Aquí hay campanadas y una clara referencia a la música de Silent Hill. Entre ecos y texturas difusas, se dibuja un paisaje desolado, nublado. De fondo, se siente el pulso de un monitor cardíaco cuyo compás se desfasa de las campanadas, como queriendo decir que, en algún momento, durante esa espera desfasada, se encontrarán. Pasados cinco minutos, las campanas se distorsionan, el sonido se aligera y entra el piano en escena. Las guitarras a ratos zumban como si se tratara de moscas volando: ¿Es acaso esa pieza la pintura sonora de una muerte?

Este puente nos lleva a «Tempest», la penúltima canción del álbum, donde este corazón ya ha dejado de latir. Aquí parte el sonido con pianos, voz y una pregunta que nos advierte que, nuevamente, le habla a alguien en específico:

“I still dream of violence, angry at the waiting game. Chain on your lungs and sulfuric acid in my brain. don’t ask me why i hate myself (…) ‘cause death, it takes too long and I can’t wait”

«Tempest» es pura rabia, es frustración y es dolor: emociones que parecieran condensar la experiencia de duelo. No queda claro si le habla a su viejo amor, o si le habla alguien más para que la lleve a esos lugares donde la hacen sentir bien a costa de sí misma. Lo que sí queda claro es que hay un paralelo con la noción de amor eterno, presente en el título del disco, y el eterno arrepentimiento que repite sin cesar al final de la canción: “someone take me home, I wanna go home. Take me out of the dark. I’m gonna regret this forever”.

Finalmente, «Waco-Texas» cierra el álbum con ese gesto tan propio de Hayden: tomarse ese trago amargo envuelto en una ligera dulzura presente en su peculiar voz y una multi-instrumentalización absolutamente cinematográfica. Aunque la letra habla de arrepentimiento, de amor incondicional, de la familia que pudo haber sido y de la imposibilidad de seguir esta historia de amor –porque amarla es sufrirla–. Su voz sale de manera cerrada, con una agudeza cálida que nos abre una pequeña ventana hacia la esperanza, aunque sea remota. Esta última balada nos acompaña al final de esta historia, llena de amor y muerte, de la manera en que solo Ethel Cain –Hayden– sabe hacerlo: habiéndonos compartido una tristeza inigualable, pero haciéndose cargo con un abrazo y un deleite musical dignos de final de película.

De esta manera, «WTIWALY» nos recuerda que el amor y el duelo parecieran ser inseparables, tanto por su pérdida como por el cierre anecdótico de su caudal. Nos recuerda también que la música es una herramienta y un hilo conductor que nos permite recorrer ambos: en compañía, aun estando lejos, en el mismo plano o en otros desconocidos. Hayden Anhedönia es una artista que sabe perfectamente hacer convivir estos relatos y darles vida mediante acordes de guitarra, pianos, sonoridades ambientales y su angelical voz, gracias a los cuales nos reafirma que cada despedida pareciera guardar una semilla para volver y seguir amando con la misma intensidad. 

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