
Niños del Cerro
En la escena musical chilena, una banda ha logrado remecer el panorama con su enfoque introspectivo y melancólico. Para este nuevo domingo de gente triste, les hablamos de Niños del Cerro.
Formada en 2014, la banda está integrada por Simón Campusano en voz y guitarras, Ignacio Castillo en guitarra, José “Pepe” Mazurett en batería, Felipe “Blondie” Villarubia en bajo y Diego Antimán en teclados. Con tres álbumes y un EP en su haber, el grupo ha creado un espacio propio, atrayendo a seguidores que buscan una conexión emocional más profunda con la música que escuchan. Su narrativa contemplativa, atmósferas inmersivas y profunda tristeza, son algunos de los elementos que les han otorgado el estatus de banda insigne del rock chileno en el último tiempo.
El impacto que han tenido en estos nueve años de trayectoria se puede apreciar en la huella que han dejado, tanto en quiénes se han dado el espacio para escucharlas, como en músicos pares de la escena con los que han colaborado o han servido de fuente de inspiración. Así, plantean nuevos horizontes y formas de explorar la música, desde (y no limitado a) la neopsicodelia, el Indie rock y lo andino.
Este camino les ha permitido cruzar la frontera nacional, tocando en países como Perú, Colombia, Argentina y México, despertando así un sentido de empatía y sensibilidad colectiva a lo largo de toda Latinoamérica; e incluso llegando a España, tocando en el festival Primavera Sound en su edición 2018.
No puede ser de otra forma, ya que su música nos recuerda que la tristeza es una parte intrínseca de la experiencia humana y que a través de la expresión artística podemos encontrar consuelo y comprensión. Es cosa de ver la euforia única que generan temazos como «Flores, Labios, Dedos», «Tamarugal» y «Nonato Coo» en sus conciertos.
Al introducirnos en su propuesta, se nos presenta un viaje que comienza con momentos de tristeza y dolor, pero que rápidamente va avanzando y experimentando su proceso de metamorfosis cual Kafka, avanzando a momentos inevitables y lógicos de explosiones catárticas, que a su vez dan pie al agridulce autodescubrimiento posterior a la tormenta. Esta idea de avanzar también está presente en la batería de Pepe, que en muchos momentos le da un ritmo de caminata o peregrinaje a las melodías, de una búsqueda en el frío ambiente del desierto andino en que la musicalización nos sumerge. Con esto, los cinco integrantes en el escenario crean de la tristeza un lenguaje universal.
Hacer dialogar la música con la narrativa general no es tarea fácil, y progresivamente la banda ha creado atmósferas cada vez más inmersivas y profundas, como lo hace en la explosión del temazo de 8 minutos «Lance», lo suave y onírico de «El Sueño Pesa» o el punto de inflexión que marca «Mamire» con su batería sincopada, escalando poco a poco hasta la expresión final en la búsqueda de respuestas en este paisaje vacío.
En el lirismo de Simón también está presente la filosofía y la contemplación, con canciones como «Sísifo», icónica en su construcción melódica que asemejan el recorrido eterno del personaje mitológico griego, o «Frío Frío», que se detiene en un momento de penumbra, entrando en una quietud que invita a sumergirse en el dolor en misma medida en que se acoge con cuidado, cariño y nanai. Además, la recolección de la historia y personajes como Cuauthémoc y el Rey Salomón se hace presente, entregándonos sabiduría ancestral y haciendo hincapié en relatos relevantes y transversales a muchas culturas.
En esa misma línea, es recurrente ver a la banda retomar sus propias ideas tanto musicales como líricas de tiempo en tiempo, como, por ejemplo, cuando Simón Pregunta “¿qué va a quedar de nosotros?” en «Las Distancias», la incógnita es respondida cuatro años después en «Esta Enorme Distancia»: “¿qué quedó de nosotros? si olvidamos cuidarla, mira cuánto ha crecido, esta enorme distancia”; claro, este es uno de los ejemplos que salen a la superficie, los demás están ahí para ser descubiertos.
En esa misma línea, el peculiar juego de voces que presenta la producción es otro de los fuertes de la agrupación, que se van apareciendo de a poco entre los instrumentos, abrazando al oyente en los momentos más crudos, entregando energía a los coros más potentes y sorprendiendo a quienes estén atentos a percibir los sutiles detalles de vocalización.
Otra particularidad de la narrativa que construye es la perspectiva como concepto, la idea de observar en detención lo que pasó o lo que está pasando (como en «Vía Contemplativa»), o así bien de observarse a uno mismo y enfrentar de lleno qué es lo que hay dentro (como en «Daniel» o «Noche Oscura»).
Con el pasar de los años, queda en evidencia cómo es que la banda ha crecido y madurado. Sin duda aquellos Niños del Cerro que lanzaron «Nonato Coo» por allá en el 2015 han vivido un montón de nuevas experiencias, y bien que lo han hecho, realizando de sí mismos una profecía autocumplida, como versa la canción «Nos Vemos Cómodos en Este Frío», “no va a pasar el tiempo en vano”.