
«Give Up» de The Postal Service
¿Quién diría que unos cuantos CD enviados por correo podrían dar origen a uno de los discos más influyentes de los 2000? Y es que así fue el caso de The Postal Service y su único álbum lanzado hasta la fecha, «Give Up», el cual logró definir todo un moodboard sonoro y estético para soundtracks y publicidades de los 2000. En este lunes de icónicos, repasamos el nacimiento de este dúo de synth-pop formado por Ben Gibbard y Jimmy Tamborello, y la huella que dejaron en la música electropop hasta la actualidad.
El proyecto es una colaboración a larga distancia entre Ben Gibbard, vocalista de Death Cab for Cutie, y Jimmy Tamborello, quien inició este ping-pong musical. Tras haber trabajado con varios vocalistas para su proyecto electrónico Dntel, Tamborello contactó a Gibbard para que cantara en la canción «(This Is) The Dream of Evan and Chan», de su álbum «Life Is Full of Possibilities» (2001).
Dicha colaboración fue tan fluida y bien recibida que decidieron continuar trabajando juntos en un álbum completo. Aunque vivían en ciudades distintas, eso no fue un obstáculo. De hecho, el nombre The Postal Service surge precisamente de la forma en que trabajaron: intercambiando CD a través del correo. Jimmy grababa melodías y se las enviaba a Ben, quien salía a caminar con su Discman mientras escuchaba las pistas y pensaba en las letras. Luego, grababa sus ideas en casa y se las enviaba de vuelta.
«Give Up» fue producido por Chris Walla (productor también de Death Cab for Cutie), quien añadió arreglos de guitarra y piano. A esto se sumó la participación de Jenny Lewis en varias canciones, agregando una textura cálida y accesible que terminó de moldear el carácter emocional del disco. Pero el núcleo de su magnetismo estaba en esa fusión inesperada: la electrónica de pulsos suaves, a ratos bailables, y envolventes construida por Tamborello, con las letras introspectivas y la voz melancólica de Gibbard, que evocaba un tono confesional e íntimo sin abandonar la estructura lírica del indie.
Así, canción tras canción, tejieron un disco que terminó por convertirse en un clásico del indie electrónico de los 2000 y logrando algo inusual: traducir la sensibilidad de una generación entera en un puñado de letras románticas perfectamente representadas por las melodías electrónicas bailables de Tamborello junto a la voz voz frágil y emocional de Gibbard.
En tiempos donde la música electrónica tal vez todavía se asociaba con lo frío o lo distante, Give Up vino a humanizarla. El resultado fue un sonido que parecía hablarle directamente al adolescente digital de principios de los 2000: alguien hiperconectado pero un poco solitarie, con nostalgia, sin haber vivido tanto, y con una necesidad y talento por de encontrar belleza en la rutina. Esta mezcla capturó como pocas otras el sentir millennial temprano: un vaivén entre la esperanza y la ansiedad blanda que marcó a quienes crecieron entre fotologs, zumbidos por MSN y carpetas con CD’s piratas de álbumes completos o compilados compartidos entre amigues.
Y como todo tiene su tiempo divino, la llegada de este disco pareciera ser que no es la excepción al haber sido publicado precisamente cuando buena parte de sus oyentes transitaban la adolescencia. La banda encontró en esa época a un público hambriento de honestidad emocional, pero también cansado del dramatismo exagerado de otros géneros. Lewis, con su calidez vocal, ayudó a expandir ese rango emocional, haciendo que las canciones resulten igualmente cercanas tanto para quienes buscaban refugio como para quienes solo querían una melodía que los acompañara en el metro o la «micro» (autobus).
El éxito de este disco fue inmediato y sostenido. «Give Up» no sólo vendió más de un millón de copias, sino que se transformó en uno de los discos más influyentes de su década. Diez años más tarde, en 2013, el álbum fue relanzado en una edición deluxe triple que incluía la versión original, una remasterización y una selección de remixes y covers a cargo de artistas como The Shins y Matthew Dear. Luego, otros diez años después, el dúo se reunió para una gira conmemorativa, en la que compartieron escenario con Death Cab for Cutie en una especie de homenaje a la raíz compartida entre ambos proyectos.
Revisitar «Give Up» no es solo volver a escuchar un álbum, es enviarse una carta desde otro tiempo. En cada etapa personal, sus canciones funcionan como correspondencias sonoras que llegan con años de desfase, pero con la misma latencia. Lo que una vez fue banda sonora de amores, hoy puede leerse como una nota escrita desde la nostalgia adulta o desde la distancia serena. Por eso, más que un disco de época, «Give Up» es un espejo emocional que vale la pena volver a poner en play, no sólo para oírlo distinto, sino para reconocerse de otra manera también.